Y ALLÍ ESTÁ TROYA
- Gerson Valdivia
- 29 nov 2023
- 2 Min. de lectura
Todos, en algún momento de nuestra vida, hemos escuchado sobre Troya, ya sea por las referencias en la cultura popular o por el gusto de haber leído las obras de Homero y Virgilio que narran acontecimientos llenos de fantasía y tragedia. Pero durante mucho tiempo estos relatos fueron tomados como ficción, afirmándose incluso que Homero era solo una alegoría, siendo la búsqueda de Ilión algo comparado con el deseo de hallar las ruinas de Macondo hoy en día.

Alguien con diferente perspectiva fue el prusiano Heinrich Schliemann, cuya historia es también digna de una epopeya. Nació en Neubukow en 1822 y desde su infancia mostró una enorme inquietud. A los siete años recibió de su padre un libro ilustrado donde vio a Eneas huyendo del incendio de Troya; la curiosidad le embargó y luego de un breve interrogatorio se propuso: “yo de grande descubriré Troya”. A los catorce años abandonó la escuela para trabajar en un bar de marineros donde encontraría su siguiente revelación: una noche un marino ebrio empezó a declamar versos de la Ilíada y tanta fue su emoción e inquietud que decidió pagarle algunas copas para que este pueda seguir recitando. Emocionado, se embarcó como grumete a Venezuela, con el tiempo fue aprendiendo a hablar varios idiomas. Años después se mudó a Rusia y luego a Estados Unidos donde amasó fortuna. En 1856, convertido en millonario, viajó a Ítaca, su sueño empezaba a convertirse en realidad. Schliemann no era arqueólogo, era solo un aficionado de Grecia que decidió utilizar la manera menos ortodoxa para realizar su investigación: tomar como referencia la poesía épica. Llegó a la península de Anatolia para empezar su proyecto; en ese entonces se creía que las ruinas de Bunarbaschi correspondían a la vieja Ilión de los mitos, pero algo no encajaba: entre los escombros y la costa había un tiempo de casi tres horas, era imposible que los aqueos hubieran desembarcado y luego corrido hasta esas murallas. A dos horas de allí se hallaban las ruinas de Hisarlik, anteriormente exploradas por Frank Calvert que había descubierto un templo de Atenea cercano. En ese momento, con la Ilíada en mano, descubrió una colina donde se decía que Zeus veía las batallas; empezaron las excavaciones, logrando hallar varias capas de ruinas que correspondían a diferentes periodos históricos: allí estaba Troya. Se encontraron siete estratos, en el segundo se apreciaba restos de un incendio y se descubrió el tesoro del rey Príamo. Tiempo después, Wilhelm Dörpfeld logró determinar que la sexta capa era la legendaria y tras la muerte de Schliemann hallaron dos estratos más, el sueño estaba cumplido.
La ciencia a través de la historia ha pecado de soberbia, y eso lo han sabido muy bien personajes como Mendel, Leeuwenhoek y el mismo Schliemann, quienes utilizaron métodos empíricos, procedimientos inusuales que muchas veces son ridiculizados por los seguidores del método experimental y el positivismo, quienes piensan que solo existe una forma de llegar a la verdad. El conocimiento del universo es muy amplio, no basta solo con seguir a los cronistas o cientificistas, sino también a los artistas y poetas que cargan consigo mucha sabiduría. El pensamiento racional no es suficiente, a veces podemos realizar grandes descubrimientos con un poema en la mano.
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