EL CALIFA DEL PUEBLO
- Gerson Valdivia
- 5 dic 2023
- 3 Min. de lectura
Hoy en día la democracia se ha convertido en la forma de gobierno más difundida a nivel mundial. Si bien aún existen el autoritarismo y remanentes del viejo régimen monárquico, es solo cuestión de tiempo para que estos sean absorbidos por el dominio popular. Pero en un tiempo remoto – donde esta era solo una utopía – el poder solo podía conseguirse a través de la violencia o por línea de sangre y existía una clase atiborrada de privilegios y despotismo que veía a las masas como seres inferiores cuya existencia solo servía para justificar su estatus, por lo que era necesario saber controlarlas. Sin embargo, en ese turbulento entorno, existió un monarca que decidió descender de la comodidad de su trono para aventurarse por las calles de la vieja Bagdad y descubrir los secretos de los más desprotegidos.

Harun al-Rashid fue el quinto califa de la dinastía abasí, hijo de Al-Mahdi y de la esclava yemenita Al-Jayzuran, mujer de un gran temple, que influyó mucho en el carácter de su hijo, incluso ayudando en su ascenso al trono. Uno de sus predecesores, el gran Al-Mansur, le legó una sólida base de gobierno. Esto le permitió, merced a su sabiduría y buen tino en asuntos bélicos y políticos, llevar al califato a su máximo apogeo. Fue fundador de la Casa de la Sabiduría, lugar donde se juntaron las mentes más brillantes de Bagdad y de la región para rescatar aquel conocimiento que en occidente se creía perdido tras el incendio de la biblioteca de Alejandría. En lo militar, tuvo rencillas con el Imperio Bizantino, principalmente con la emperatriz Irene a quien obligó a pagarle un enorme tesoro. Pese a ello, tuvo buenas relaciones con el emperador Carlomagno a quien en una oportunidad tuvo a bien obsequiarle un elefante. Pero más allá de todos aquellos aciertos y errores de su mandato, a Harun al-Rashid se le recuerda por ser un personaje pintoresco en “Las mil y una noches”. Según los relatos, solía disfrazarse de mercader o poblador ordinario, y, junto a su Visir, recorrían las calles de Bagdad averiguando cuáles eran los problemas que aquejaban al pueblo, actos de injusticia no remediados o también los comentarios que tenían sobre su persona. Lo podemos ver presente mientras los tres saalik tuertos narraban sus fantásticos periplos y luego en el desgarrador testimonio de Zobeida y sus hermanas, a quien al final termina desposando. También ayudando a resolver el crimen de una mujer que fue hallada descuartizada en un baúl, donde tuvo una actuación “salomónica”. Un episodio hilarante fue cuando hizo creer al pobre Abou-Hassan que era el califa, luego de darle un brebaje para dormir, y despertar este en el palacio, y tras todo un día de gobernar con justicia, lo regresó a su humilde hogar, desatándose a partir de ello todo un problema para ambos.
Hay mucha discusión sobre si los métodos de Harun al-Rashid son realmente efectivos para dar solución a los conflictos o representan una forma de populismo. Pero más allá de todo lo que se agregó en los cuentos, queda la lección de aquel hombre nacido en cuna de oro que, además de creer en el conocimiento como eje de desarrollo, descendió a los barrios pobres para involucrarse en los problemas del pueblo, mientras en la actualidad muchos políticos al llegar a un alto cargo nunca vuelven a bajar la mirada.
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