UN VIAJE AL INFRAMUNDO
- Gerson Valdivia
- 28 oct 2023
- 3 Min. de lectura
El miedo a la muerte es algo intrínseco en el ser humano, un sentimiento que nace del temor de no saber qué ocurre con nosotros una vez finalizada nuestra existencia; surge un pánico que nos aborda al ignorar si habrá una recompensa o un castigo tras el fallecimiento, o si sencillamente allí culmina todo; las estructuras de nuestro cuerpo se irán desintegrando y sus partículas pasarán a ser nuevamente parte de la tierra donde alguna vez surgió la vida. Desde los albores de la humanidad se han postulado diferentes hipótesis sobre lo que ocurre con nuestras almas al abandonar el mundo; en nuestra cultura, es descrito un paraíso que premia a los buenos y un infierno para los pecadores. Sea como fuere, aquel viaje que todos estamos destinados a realizar, no deja de ser inquietante y el sitio donde reposan las almas, un eterno misterio que los poetas han logrado describir según sus vivencias y desventuras, relatando, en su idioma, lo inhóspito o venturoso que podría resultar el viaje al más allá.

Gilgamesh, en la primera epopeya de la humanidad, llega al mundo de los muertos, gracias a la ayuda de Utnapishtim, en busca de la flor de la inmortalidad, la cual consigue, pero termina perdiéndola. Heracles descendió al Hades guiado por Hermes, donde logró dominar al Cancerbero - como uno de sus doce trabajos - y salvar a Teseo. Orfeo, el sublime ejecutor de la lira, se encaminó al inframundo para rescatar a su esposa, la ninfa Eurídice, quien murió mordida por una serpiente; tras vencer los obstáculos, con sus habilidades musicales, llegó ante Hades y su historia logró conmoverlo por primera y única vez, pero en su intento de volver, volteó a ver a su querida, cosa que tenía prohibido hacer hasta salir de aquel lugar, desvaneciéndose ella al instante. Odiseo también arribó a estos confines, guiado por Circe, en busca de Tiresias, quien le indicaría el camino de regreso a Ítaca. Eneas bajó en busca de respuestas, donde su padre, Anquises, le recordó su cometido de fundar la nueva Troya, que sería Roma. A la mitad del camino de su vida, atravesando una serie de conflictos en su patria, Florencia, y sumido en la profunda pena por la muerte de su amada, Dante se enfrascó en un épico viaje por el infierno y el purgatorio, bajo la guía del poeta Virgilio, donde fue describiendo cada una de las torturas que recibían los que violentaron la ley de Dios, llegando luego al cielo, con Beatriz, quien le permitió alcanzar y vislumbrar la luz sagrada. El credo apostólico también nos menciona el descenso de Cristo al Seol tras su crucifixión, un acontecimiento que permitió el triunfo divino sobre el mal y la muerte. En el siglo XVIII, el científico sueco, Emmanuel Swedenborg, dejó de lado su prolija carrera y tras una supuesta revelación mística, describió con gran detalle el cielo y el infierno de una manera nunca antes imaginada.

Cada uno de nosotros también ha descendido a las brasas de un infierno personal. Pero parte de esta caída es la posterior recuperación y la posibilidad de emprender el camino de redención que nos permita renacer, recordando que en esta travesía siempre habrá un guía que nos rescate y que la esperanza no debe ser jamás abandonada, porque uno no viaja al averno para recibir tormento eterno, sino para arribar triunfante al paraíso.
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