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UN RECINTO PARA LA SABIDURÍA

  • Foto del escritor: Gerson Valdivia
    Gerson Valdivia
  • 27 oct 2023
  • 2 Min. de lectura

A través de la historia han surgido espacios donde el conocimiento se desarrolló de manera vertiginosa, donde las mentes más brillantes de una época evolucionaron el saber a raudo paso, llegando a convertirse en portales hacia el futuro, mientras el resto del mundo iba sin prisa; lugares donde el libre pensamiento se manifestaba en todo su esplendor y no existía censura intelectual, siendo el sincretismo pieza clave para lograr tal esplendidez, pues el saber no se resguardaba de manera chovinista, sino que adquiría relevancia universal. A pesar de tal grandeza, aquellos templos del intelecto no han estado exentos de tragedias colosales como el triste caso de la Biblioteca de Alejandría. En el Medievo un recinto brilló de similar manera, cambiando el rumbo de la humanidad, aunque su historia es ignorada por muchos.


A inicios de la Edad de Oro del Islam, durante el Califato Abasí, la capital del imperio pasó de Damasco a una ciudad fundada a orillas del Tigris, cerca de las ruinas de Babilonia, a la que el califa Al-Mansur llamó Bagdad. Durante el gobierno de Harún al-Rashid, famoso personaje de “Las mil y una noches”, se edificó una biblioteca que sería la flor del conocimiento oriental: La “Casa de la Sabiduría”, que alcanzó su máximo esplendor durante el reinado de Al-Mamún, su visionario, quien ordenó construir allí el primer observatorio astronómico del islam; esto atrajo a académicos de diversas partes del mundo que iban compartiendo sus descubrimientos y también su cultura; así mismo, los eruditos transcribían al árabe textos persas, indios, hebreos y griegos, llegando a tener todo un compendio del saber universal. Entre los siglos IX y XIII, Bagdad llegó a ser no solo la ciudad más rica, sino también el mayor centro intelectual del mundo. Un personaje destacado fue Al-Juarismi (cuyo retrato aparece en la portada del libro de Baldor), quien inspirado en el trabajo en sánscrito “Zij al-Sindhind”, fundó el álgebra e introdujo la numeración india (que ya incluía el 0) al mundo árabe y que luego llegaría a Occidente; de él surgen los epónimos algoritmo y guarismo. Alcanzaron gran relevancia los trabajos filosóficos y teológicos de Yusuf Al-Kindi y se dio un notable desarrollo de disciplinas como la Matemática, Astronomía, Medicina, Alquimia y la Cartografía.


Pero la tragedia llegó en 1258 con el asedio de Bagdad por parte de los mongoles, quienes, al mando de Hulagu, nieto de Gengis Kan, arrasaron todo a su paso. Un general entró en la Sala del Corán y tras revisar algunos ejemplares exclamó: “Aquí solo hay un libro”, y ordenó su destrucción. A pesar de la masacre, surgió un héroe: Nasir al-Din al-Tusi, quien logró salvar 400 000 manuscritos antes del asolamiento de la biblioteca y los llevó a la ciudad de Maragheh; así gran parte de aquella sabiduría pudo llegar hasta nuestros días.

No podemos hablar de desarrollo sin conocimiento, y eso se entendía desde la antigüedad. Hoy las naciones logran cambios sustanciales en el mundo gracias a sus avances en ciencia y tecnología, la sabiduría del pasado se refleja en nuestros científicos e investigadores; si en nuestro país queremos lograr esa grandeza, seamos como Al-Mamún, que un día comprendió que, para llegar al cielo, primero debía poner la mirada en él.



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