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EL MISTERIOSO CONOCIMIENTO ALQUÍMICO

  • Foto del escritor: Gerson Valdivia
    Gerson Valdivia
  • 26 oct 2023
  • 2 Min. de lectura

Hablar de Alquimia supone sumergirse en un mundo misterioso, la mayoría de veces plagado de embustes al igual que muchas prácticas esotéricas que se vienen gestando desde épocas remotas. El repasar los textos alquímicos, colmados de símbolos y dibujos extraños, escritos de manera críptica y bastante oscura, no hace más que enardecer aquel temor natural del hombre por lo desconocido, pero que, en las mentes más prolijas y curiosas, desata la inquietud por descifrar aquellos relatos alegóricos y permitirse comprender el misterio que sus representantes intentaban ocultar a los profanos.


Existen dos dimensiones para entender la Alquimia: una que va por el terreno físico y experimental, que incluye la manipulación de sustancias y secretos del cosmos; y otra espiritual, que buscaba el enriquecimiento del alma, la transformación que la enlazaría con lo divino. Pero quien verdaderamente poseía este conocimiento arcano, encontraría la pieza que uniría ambas corrientes.


Sus orígenes se remontan a Alejandría, año 300 a.C. donde surge la figura de Hermes Trismegisto, el tres veces grande, apelativo que nace del sincretismo del dios griego Hermes y del egipcio Tot; quien postuló una serie de principios, recogidos luego en el Kybalion, que plasma la sabiduría de ambas culturas y que sería base fundamental para los alquimistas de la época medieval; de aquel uso incomprensible de términos, bastante difíciles de descifrar, surge la palabra hermético. Estos saberes recorrerían oriente por varios siglos, siendo los chinos y los árabes quienes profundizaron más en estas prácticas; justamente “alquimia” viene de la fusión greco-árabe al-khīmiyā, que significa vaciar o verter. El alquimista musulmán Geber, fundador de la química, sería quien llevase estas prácticas a Europa, donde a la postre surgirían afamados iniciados como Roger Bacon, Nicolas Flamel, el Conde de Saint Germain y el célebre Paracelso, quien combinó estos conocimientos con la práctica médica, creando la famosa Iatroquimica. Hubo también embaucadores, como George Honauer, que se aprovecharon de este conocimiento para estafar a los nobles de la época. Este arte se fusionó con otras prácticas, como el gnosticismo, la astrología, la metalurgia, la numerología y la herbolaria. Aunque es amplísimo el campo que abarcaron, sus objetivos más conocidos fueron la obtención de la panacea universal, capaz de curar cualquier enfermedad; el elixir de la vida eterna y la piedra filosofal, sustancia que convertía metales impuros en oro, de cuyos intentos infructuosos se descubrió una serie de elementos químicos y brebajes sanadores. Hoy en día muchos de sus símbolos siguen siendo utilizados por la ciencia.


Aunque muchos desdeñan estas teorías, olvidando su sentido metafórico, es preciso rescatarlo como parte del saber filosófico, muy necesario en nuestra vida; la búsqueda y encuentro de aquel polvo de proyección que permita la transmutación, no del plomo en oro, sino el VITRIOL que luego guiará a nuestros espíritus mundanos hacia la excelsitud, solve et coagula, que no es otra cosa que el conocimiento, de su correcto uso lograremos la inmortalidad simbólica a través de nuestras obras imperecederas; es este el secreto que conocieron muchos personajes que hoy reviven cuando los evocamos.

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